EBENEZER SCROOGE Y UN CUENTO DE NAVIDAD «AROMÁTICO»

Hoy “Letras Parlanchinas” siente el aroma de la Navidad. ¿Cuántas veces no oímos la expresión: “se respira algo en el ambiente”, “esto me huele a…”?. La propia vida y sus situaciones pueden definirse por parámetros olfativos y hoy vamos a hacer que el Señor Scrooge disfrute de los aromas de “Cuento de Navidad”.
te-blog-lpEs realmente penoso que alguien como Ebenezer Scrooge se hubiera parapetado tras el muro de piedra de la codicia porque semejante barrera le cerró el paso al disfrute de muchas experiencias maravillosas, algunas de las cuales los Espíritus de la Navidad le van a recordar echando mano de los aromas.
El Espíritu de las Navidades Pasadas le llevó a su infancia y todos sabemos, por propia experiencia, que la infancia es un “lugar” cuyos aromas destilan nostalgia y despiertan recuerdos adormecidos y ocultos que el gran poder del olfato, más que ningún otro sentido, nos los trae de vuelta al presente.
“-¡Santo Cielo!- dijo Scrooge, enlazando las manos y mirando a su alrededor-. Yo me crié en este lugar. ¡Aquí viví de niño! (…) Scrooge percibía miles de olores flotando en el aire, cada uno de ellos vinculado a miles de pensamientos y esperanzas y ansiedades y gozos olvidados hacía mucho, mucho tiempo”.
El Espíritu de las Navidades Pasadas le transporta a la escuela donde estuvo interno Scrooge cuando era niño y el lector es testigo del aula como una austera y alargada estancia con hileras de pupitres y bancos corridos de madera. La madera es uno de los elementos cuyo olor despierta más recuerdos y sensaciones.popurri-navideno-blog-lp El olor de los pupitres es característico pero también el olor que desprenden las páginas de los libros y, en el caso de Scrooge y por las características que se citan de la clase, también debía hacerse bastante patente el olor a humedad de las paredes y el del carbón de la pequeña hoguera que debía encenderse en la chimenea para calentar a los estudiantes. Si Scrooge hubiera vivido en nuestra época también habría percibido el olor característico de la plastilina, las gomas de borrar y las tizas así como los de las meriendas guardadas por los escolares en las cajoneras de sus pupitres.
Pero también el Espíritu de la Navidad Presente le brinda aromas deliciosos cuando le muestra los alimentos expuestos en los escaparates de las tiendas la mañana de Navidad:

Imagen cedida por cortesía de Belenworld
Imagen cedida por cortesía de Belenworld

“Había montones de avellanas, ocres y aún musgosas, que recordaban, con su fragancia, antiguos paseos por el bosque y agradables caminatas, con los pies hundidos hasta los tobillos, por la hojarasca seca”. 
¡Qué tesoros aromáticos nos brinda el bosque cuando nos adentramos en sus dominios!. Las fragancias balsámicas de los pinos y los aromas dulces de las flores silvestres nos salen al paso, por sorpresa, flotando ligeros sobre la brisa y, no os cuento si, además, tenemos la inmensa suerte de emprender la caminata tras una llovizna porque entonces el agua y la humedad reinantes despiertan los aromas profundos de la tierra como si la Naturaleza se mostrara en toda su plenitud al ser humano. El olor a tierra mojada es uno de los preferidos por las personas y quizás se deba a ese efecto revitalizante que, de alguna manera, se cuela por nuestros poros llenándonos de un júbilo inexplicable. ¿No os habéis dado cuenta de la sonrisa que se os dibuja en el rostro cuando percibís el olor a tierra mojada?. Es algo instintivo que nos conecta con esos aromas de la Naturaleza que, por definición, son muy difíciles de percibir en la ciudad pero que, en ocasiones y gracias a unas avellanas por aquí o unas hojas de menta por allá, pueden volver a nuestra mente por unos mágicos instantes.

Imagen cedida por cortesía de Koketo
Imagen cedida por cortesía de Koketo

El Espíritu de la Navidad Presente le sigue mostrando a Scrooge las tiendas de comestibles de las que se escapaban también los aromas entremezclados del café y del té así como los de las ramas de canela. El olor a café es tan agradable al olfato que siempre produce una sensación hogareña, de estar en casa aunque no lo estés realmente. ¿Qué tendrán los granos de café para crearnos esa sensación tan cálida?. Hasta tal punto el ser humano es receptivo al aroma del café que, en los últimos años, se viene recomendando a aquellos que quieran vender sus casas que preparen un poco de café antes de que vengan los posibles compradores a verla ya que eso les puede predisponer positivamente. Estrategias de marketing al margen, es indudable el poder que tiene el café para relajarnos a pesar de su cafeína.

Imagen cedida por cortesía de margaindesign
Imagen cedida por cortesía de margaindesign

Y si no ¿qué me decís del café que solemos tomar en una pausa durante el trabajo? ¿qué me decís de ese primer momento en el que, antes de llevarnos la taza a los labios, remoloneamos unos instantes dejándonos envolver por su delicioso aroma que asciende en delicadas volutas?. Precisamente ahora, en pleno tiempo invernal, con las manos aferradas a una taza para entrar en calor, el ritual de inhalar la fragancia del fruto del cafetal es una experiencia muy reconfortante.
Y con el té podemos decir lo mismo. Quizás su aroma no es tan poderoso y significativo como el del café pero, sin duda y en función de la mezcla de hojas y frutos que lleve, su fragancia nos transportará mentalmente a ese bosque idílico por el que tanto nos gusta perdernos…
Y si el Señor Scrooge todavía no ha sucumbido a esta cata olfativa, estoy segura de que el budín de la Señora Cratchit le dejará desarmado:
“La Señora Cratchit abandonó la habitación a solas (demasiado nerviosa para soportar la presencia de testigos) para sacar el budín y traerlo a la mesa (…) ¡Una gran cantidad de vapor!. El budín estaba ya fuera del molde. ¡Un olor a ropa limpia!. Era la tela que lo cubría. ¡Un aroma que recordaba al de una casa de comidas y al de una pastelería, entremezclados, y también, muy próximo, al de una lavandería!. Era el budín. En medio minuto, la Señora Cratchit, sofocada pero sonriendo orgullosa, entró con el budín, semejante a una abigarrada bala de cañón, duro y firme, ardiendo gracias a la mitad de medio cuartillo de flameante coñac y coronado por una rama navideña de acebo”.

El aroma del té en un bizcocho de té verde matcha.  Imagen cedida por cortesía de Koketo.
El aroma del té en un bizcocho de té verde matcha. Imagen cedida por cortesía de Koketo.

El olor de los pasteles recién horneados es la antesala de un bocado maravilloso, la promesa de una exquisitez que se fundirá en nuestra boca pero que, en estos primeros momentos, solamente accede a través del puente levadizo de nuestra nariz para, más tarde, ser disfrutados en la intimidad de la cavidad bucal. El olfato y el gusto están estrechamente vinculados siendo el primero como el elegante vestíbulo que precede al fastuoso salón. Normalmente suele haber una grata relación de vecindad entre ellos pero, ¡cuántas veces ocurre que un alimento huele de maravilla pero luego al probarlo no puedes evitar cierta decepción!. No quiero decir que sepa mal pero el olfato nos anunciaba la «Tierra Prometida» con sus seductores efluvios y, cuando llegas a ella, dicha tierra no era para tanto. Para mí, una de las excepciones más claras a esta compatibilidad de olfato y gusto está en las palomitas de maíz: su aroma me resulta irresistible y llega con fuerza a la nariz aunque todavía no hayas doblado la esquina donde está el cine pero luego, al probarlas, aún estando muy buenas… no es lo mismo… no sé si me entendéis.
A lo mejor el Señor Scrooge me sale con el consabido: “Paparruchas” pero me da en la “nariz” que el tono de voz de este avariento se ha tornado más débil y menos seguro… creo que el temible Ebenezer Scrooge está sucumbiendo a los pequeños placeres de la vida y, en su fuero interno, está deseando que su existencia se llene de nuevos y subyugantes aromas como las fragancias de los bosques, de los pasteles recién horneados, de las especias… en suma, de todas aquellas cosas que nos recuerdan que la vida late en todas partes y que podemos esparcir su fragancia como traviesos remolinos de aire.
Espero que, al igual que el Señor Scrooge, os hayáis impregnado de los aromas del Cuento de Navidad y os preparéis para el suculento convite que os aguarda en el próximo post: un festival de sabores desplegado por el “chef” Charles Dickens.